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Casas vacías (2020). Termina el verano, es el último día juntos de dos amigos. Pau se quedará en un mundo de segundas residencias deshabitadas durante largos meses, mientras Bauti se marchará del pueblo.
Crecí en un pueblo de tradición pesquera. Pero esta tradición ya hacía años que había quedado en segundo plano y, desde pequeña, vi como el crecimiento de aquella localidad la marcaba el turismo de verano. Un turismo que llenaba las calles y locales, bares, restaurantes, parques y el único cine que teníamos, durante dos meses. Llegó 2010 y las casas empezaron a quedar vacías incluso los meses que solían estar llenas.
Empezamos a ocuparlas los niños. Entrar era fácil, si sabías como: una persiana medio abierta, ventanas sin pestillo, radiografías para abrir las puertas de las casas de muestra de urbanizaciones desocupadas. Nuestros padres sabían lo que hacíamos, pero nunca dijeron nada: solo eran casas de nadie, de constructoras que habían hecho aguas, de bancos que no conseguían venderlas a nadie.
Las calles iluminadas de amarillo siguen marcando el camino a casas que no recibirán a nadie esta noche.